El nombre del blog lo tomo de una traducción desordenada de una canción de la mejor banda de todos los tiempos, Radiohead: Where I End And You Begin. Donde yo termino de escribir y tú comienzas a opinar qué te parece lo que estás leyendo. Os toca.

jueves, 22 de marzo de 2012

Retrato de April

Tras este ánimo endeble pero en apariencia sano, poco forzado y jovial subyace una terrible depresión, un vacío infinito, un pozo sin fondo, una caída al vacío donde dejar a la gravedad funcionar, donde las leyes de la física siguen su curso. Sólo somos leyes, al fin y al cabo. Átomos oscilando en el filo de la casualidad, el equilibrio y la entropía de tu mirada, tan fugaz como inexistente, azarosa, un conjunto de vacío, de nada, que me hace perder la cabeza mientras la pierdo de verdad, no la encuentro y no me encuentro, no soy capaz de escribir más de cinco líneas porque seis ya son más de las que mereces. Ambos somos para el otro todo lo que merecemos y con esa evidencia existimos, sin conocernos y sin querer hacerlo, por no desvelarnos, por seguir cayendo hasta lugares más profundos sin alcanzar nunca el rocoso suelo, porque es duro, porque duele y porque evitar el dolor, con el tiempo, se convierte en una necesidad más que una elección. Cuestión de especie y evolución, por otra parte. Pero sigamos con tu retrato. Tus líneas desfiguradas por el prisma de mis prejuicios me recuerdan a inseguridades de otros tiempos, pero ya no me atrapan, puedo escapar y escapo con la ansiedad del preso que se enfrenta a su pena - de muerte. Quiero perderme entre tus locuras, aunque duelan, aunque la muerte me acabe hallando en ellas. Permíteme abandonarme de mí, de ti, del mundo, deja que nada tenga sentido por un momento y destrózame, y hazlo tantas veces como quieras, que los juguetes rotos no sentimos dolor, ya no sentimos.

martes, 7 de febrero de 2012

500mg

Me recordó la calidez que proporciona sentirse seguro. El analgésico ante las preguntas imposibles, esos grandes puzles irresolubles. Su calor no me servía para responder esas preguntas, pero hacía que olvidase su importancia, si es que realmente la tenía, si es que todavía existía el sentido. 

Me encontraba con la sensación de haber llegado a un momento de la vida en que cada experiencia ya la había vivido, no había nada nuevo, como pequeñas construcciones de Lego derruidas una y otra vez para construir estructuras más grandes, más pretenciosas pero con las mismas piezas, ahora con una fachada distinta, con otro color, con otra ilusión etérea. La nostalgia no es más que un proceso de frustración camuflado en recuerdos. Hace que los percibas mucho mejores de lo que eran y genera angustia al no poder revivirlos y, sobre todo, al no conseguir vivir situaciones nuevas con el mismo grado de satisfacción como recuerdas las pasadas. La memoria olvida para sobrevivir a los momentos más terribles, a los de más dolor, pero superado ese umbral almacena el resto y los convierte en el Superhombre de Nietzsche, los mejora, los endurece y recubre para blindarlos ante nuestras expectativas.

Pasó durante un segundo por delante de mí. Las agujas del reloj no detienen su actividad cuando ellas quieren, sino que las paramos insconsicentemente en determinados momentos. Y no importa entonces cuánto tiempo sigan girando. Podrían estar haciéndolo eternamente, podrían estallar sin avisar, podrían hacer cuanto quisieran porque somos elementos a merced de otros elementos tan volátiles como nosotros. 

Pero hoy has vuelto a por mí. Hoy has vuelto a existir, aunque ya no estés, aunque ya no importe.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Walkers

Los huérfanos, los tullidos, los heridos de guerra, los desterrados... todos tienen razones de peso para la tristeza, pero muchos la convierten en fortaleza. Otros la cambian por violencia. Pero yo vengo a destacar al hombre medio, el que tiene una vida tranquila, un trabajo, una familia que le quiere y, a pesar de todo, por alguna razón, es incapaz de ser feliz. Y camina por las calles preguntándose por qué, intentando entender de qué va todo esto, ahogando su tiempo su tiempo en buscar una explicación que nunca encontrará.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Lobo estepario


Siento que nada me pertenece, estoy de pie en un mundo donde gobierna la casualidad y el descontrol, rodeado de personas como yo, con mis inquietudes, intentando simplemente entender qué sucede. Qué demonios está pasando. Pero no entiendo nada. Tengo la sensación de estar aquí, de existir, de mantenerme en pie en el sitio correcto, pero sin embargo, sé que hay algo diferente.

Me encontré rodeado de edificios familiares, estaba en mi ciudad, allí donde empieza la rutina, en el camino a casa tras una jornada de trabajo normal. El cielo lucía despejado, un azul claro que enblanquecía según alzaba la cabeza. Seguí alzándola hasta que la quemazón me devolvió la vista a una avenida desértica. Debía de ser mediodía, aunque la claridad era tal que no prometía haber más que cielo, una estepa infinita de tamaño inabarcable.

Seguí andando por la avenida hasta darme cuenta de que estaba solo. No la sensación de encontrarme solo en el mundo, sino la certeza empírica de que no había absolutamente nadie a mi alrededor. Tan solo yo ante una autopista hacia el cielo flanqueada por edificios fanstasma, borrados de cualquier rastro de actividad, de vida, despojados de sentimientos, vacíos. La calma sobrevino mi tranquilidad cuando el olor a mar invadió mis sentidos. La brisa aguardó el estruendo final, fue entonces cuando giré la cabeza y una ola gigantesca irrumpió la avenida y engulló todo aquello que encontró a su paso.

Lo siguiente que recuerdo es bracear desesperadamente. No pensaba en nadie más, me daba igual a quién pudiese haber alcanzado el rugido marino, de dónde procedía o si alguien se habría salvado. Yo tan solo necesitaba sobrevivir. Es en los momentos límite cuando te das cuenta de lo bajo de la existencia, nadie importa excepto yo, porque sin mí no existe nadie. Tras nadar hasta la extenuación el agua se evaporó como se evaporan las ilusiones, sin miramientos y sin pedir permiso.

Fui escupido a mitad de camino, allá donde el trayecto ascendente se ceñía a calles más angostas. Cuando recobré el aliento y retomé la verticalidad fui capaz de contemplar uno de los paisajes más bonitos que había visto jamás. Las desgastadas fachadas quedaron impregnadas de una humedad familiar, en definitiva agradable, exhalando calidez y arropándome con tanta dulzura que inmediatamente olvidé todo lo sucedido hasta entonces. Tan sólo existía ese momento, esa fracción de segundo que era mía para siempre. La tonalidad completamente azul de la calle englobaba el ambiente y advertía no dejarme escapar nunca. Y yo estaría enteramente conforme.

Lo cierto es que en contra de mi voluntad aparecí de repente en los alrededores de mi casa,  me convertí en la cruz de madera que sepultaba un paisaje desolador, un cementerio presidido por mi figura, asolado, derruido. No quedaba nadie excepto yo. Familia, amigos, todos evaporados con la brisa marina que empezó entonces a ahogarme hasta la asfixia. Entre toda la tecnología, entre toda la modernidad, el paisaje proclamaba poseer la verdad absoluta, asegurando que eso era la realidad y todo cuando hayamos podido intentar controlarla no había sido más que un juego de niños creyendo ser adultos, el juego de tronos en el que lo real deja de tener importancia simplemente porque nos mantenemos ocupados.

Pude sostenerme sobre mí horas, quizá días, semanas, meses. No lo sé. Finalmente me contemplé en una calle cualquiera. La recorrí y según lo hacía la reconocí familar. Alcancé el final y cuál fue mi sorpresa al girar y ver la plaza en calma, una tarde de otoño común, treintañeras persiguen a sus hijos con un bocadillo de paté entre las manos mientras ellos recorren su inocencia por el mismo lugar donde pasea aquel anciano del Yorkshire, buenas qué tal, pregunta la pelirroja, sentada cada tarde en aquel banco desde que perdió su vida, aquel vagabundo que está cimentando su casa, colocando cuidadoso los cartones uno encima de otro, éste a un lado, éste al otro, ahora me acuesto, seguramente hoy soñará con todo lo que pudo haber sido, soñará con ser el ejecutivo que justo está cruzando el puente del parque, con el desánimo repetido cada anochecer desde hacía veinticinco años.

De algún modo, todos eran conscientes de que había sucedido algo terrible, pero a nadie parecía importarle. Más bien, ya parecían haberlo olvidado. La sensación de existir, de realidad, se tornó entonces más fuerte que nunca y, ahora, entre tantos conocidos, la soledad taladraba cada poro de mi ser. Era un desconocido para todos ellos, tanto como ellos para mí. En una plaza repleta de personas, yo era totalmente invisible.

Recuperé la consciencia y la inercia me guió hasta el banco de metal donde se amotinaba la chica pelirroja. No sabía su nombre, su edad, sus aficiones, sus traumas, ni siquiera sabía si era real. Me giré levemente hacia ella y, antes de que pudiera articular palabra, subió la cremallera de su abrigo de lana, me devolvió la mirada y esbozó una leve sonrisa:

¿Quiénes somos? Somos los que quedamos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Flash


La magia desapareció en él como desaparecen las cosas que nunca han existido, con un escalofrío gélido que descubre una realidad que vive con nosotros desde el inicio de la etapa verdaderamente humana, que no es más que aquella en la que nos empezamos a plantear cosas más allá de nuestras necesidades vitales. Sobra decir que hay personas que nunca alcanzan esta fase, o bien la alcanzan y sólo consiguen con ello una involución. Conocer ese hecho era algo que no escapaba a su comprensión; sin embargo, tener que asumirlo fue un golpe demasiado duro para él. Había sobrevivido a base de engañarse y, aunque la mentira es el estatus quo prudente del que desea mantenerse cuerdo y tener una vida acorde con los estándares sociales aceptables –aunque incluso el mayor de los desviados acaba siendo genérico-, siempre había creído en cierto modo que el duende del ser humano, aquello que le hace diferente a cualquier otro ente, animado o no, acabaría decantando la balanza en contra de la lógica y, por tanto, a su favor. Pero eso nunca llegó a suceder. No sabemos, en cambio, qué es lo que le llevó a suicidarse aquella noche de otoño bajo la fría luz blanca que iluminaba su cuarto de baño, un mohoso cubículo hacinado en un antro de mala muerte en un suburbio en un recóndito punto cardinal de la tierra. Bastó una bañera y una cuchilla de afeitar. Algunos dicen que fue un hecho concreto el que desencadenó la tragedia –como si a alguien le fuera a importar, exclamó él desde el averno- , otros afirman que sencillamente dejó de creer.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Un choque frontal

Era una calle normal. La agitación habitual de un barrio transitado cuando acecha el fin de la luz del día, es decir, algunos coches, personas volviendo de trabajar o haciendo el último recado del día. Caras familiares pero irreconocibles, las has visto cientos de veces, pero ninguna de ellas dice lo suficiente para recordarla la próxima vez. Hoy, en cambio, caminando por esa misma calle, conocía perfectamente cada una de las caras que se me cruzaban. Nunca las había visto, las había perfilado, intuido, casi moldeado con el hilo de mis pensamientos, pero nunca concretado en un molde corpóreo. Pero allí estaban, caminando hacia mí, sin perturbar su paso ni su mirada, pues yo no significaba nada para ellos. Yo era uno más.

En cambio, yo sí he reconocido esas caras. Había convivido con todas ellas durante gran parte de mi vida. A algunas los conocí cuando apenas gateaba, otras son más recientes, casi impuestas, pero todas ellas tenían un punto en común: yo. Han estado siempre conmigo, a veces las olvidaba, pero siempre aparecían en el momento más inesperado, en la situación más frecuente. Eran las eternas nominadas a un premio al que siempre asistían, porque sabían que acabarían ganando alguna edición. He intentado matarlas, esconderlas, disimularlas, pero los parches nunca son eternos. Nada es eterno, pero ellas acompañan cada tramo de eterninad desde el momento en que les abres la puerta. Y a veces se la abres sin querer. Y otras queriendo, sin saber muy bien por qué. Todo cambia, pero ellas permanecen.

Hoy me he cruzado con mis horrores, y no ha sido un encuentro agradable. Ni grato. Pero ha sido un encuentro necesario, porque sólo se acepta la realidad cuando te la cruzas de frente.

lunes, 8 de agosto de 2011

Mi realidad

¿Quién sabe dónde está exactamente la frontera entre lo real y lo imaginario?
¿Quién es alguien para decirte que su realidad es la tuya y por tanto la de todos? ¿Quién sabría decir por qué cuando soñamos utilizamos recuerdos almacenados en el subonsciente que ni siquiera habríamos apreciado como reales de manera consciente? ¿Quién es nadie para negar que podemos comunicarnos mediante lenguajes que aún no hemos sido capaces de estudiar?
¿Quién es capaz de afirmar sin dudar un ápice que tiene derechos sobre los demás si comparado con el universo no es más que una mísera mota de polvo?
¿Quién es nadie para asegurar que existen seres superiores a nuestro conocimiento? ¿Quién tiene la razón para negar que existen?
¿Quién no se ha fascinado alguna vez con nuestra capacidad de influir en realidades ajenas?
¿Quién tiene la potestad para negar que todo ocurre por una razón si nuestra inteligencia es limitada?
¿Quién necesita vivir constantemente en la realidad colectiva pudiendo disfrutar de una propia realizada a medida?

Yo no.